martes, 8 de mayo de 2012

Beijing

Luego de la tremenda experiencia del tren, llegamos a Beijing.


En la misma estación donde nos dejó el tren, nos tomamos el subte para ir al hostel, Sanlitun youth Hostel.
Cuando salimos de la estación del subte, la impresión no fue la mejor: estábamos en una avenida no muy limpia, con muchos pequeños lugares de comida tipo “hutongs” con una higiene dudosa, y una gran mezcla de olores fuertes. Sin embargo, todo el mundo come allí.


Tuvimos que caminar como 6 cuadras largas para llegar al hostel, y cuando lo encontramos nos quisimos matar!!! La entrada daba la sensación de algo viejo rotoso, sucio de otra época, inclusive pensamos que no sería la entrada para los huéspedes, sino que estaríamos entrando por la entrada de los autos. Seguimos para adentro, y para sorpresa nuestra, en su interior el hostel no estaba tan mal: muchas banderas de miles de países, y pegotines de grupos de viaje anteriores!!! Dejamos el nuestro, por supuesto.


Ese día que llegamos, no hicimos nada porque empezó a llover. Nos quedamos en el hostel, y vimos que la comida era exquisita: pizza, pasta, todo muy occidental y cerveza china.


Al día siguiente, nos levantamos temprano, para aprovechar los paseos. Fuimos hasta la plaza de Tiananmen, o La Ciudad Prohibida. Llegamos, y vimos que había gente por todos lados, muchos chinos obviamente, y nos sorprendió que la mayoría eran turistas chinos. Lo bueno en China es que no te perdes: siempre hay que seguir a la horda de chinos, y llegas a todos lados. Eso hicimos en la plaza, ingresamos, y nos impactó el tamaño de las plazas internas de la Ciudad. Seguimos hacia adentro, y nos dimos cuenta que al ir ingresando, se repite el formato de la arquitectura interna: una plaza, seguida de una estructura con techos de tipo pagoda, para luego salir a otra plaza, seguida por otra estructura, y así sucesivamente. La mayoría de los turistas iban con guías, lo cual hubiera estado genial, porque cada plaza tenía su explicación.


A nosotros sin guía, nos aburrió un poco… el salón donde el Emperador se vestía, el salón donde comía… imposible sacar muchas fotos porque estaba minado de gente.
Seguimos caminando, hasta que se vino algo divertido: nos dieron unos trajes chinos típicos, de colores y sombreros, para que nos sacáramos fotos. Los primeros fueron Gastón y Fabian. Enseguida de vestir el traje, se llenó de chinos aclamando para sacarse fotos con ellos. Primero uno, luego otro, dos, tres… veinte! Estuvieron más de media hora sacándose fotos con grupos de chinitas, chinos, grandes, chicos… impresionante! Luego todos conseguimos esos trajes, y nos sacamos más fotos, todos juntos.


Al rato nos cansamos de la ciudad prohibida, y buscamos la salida más cercana para irnos. Según nos contaron después, había lindos parques para conocer, y hasta alguna pagoda. Nosotros no llegamos a eso, pero nos fuimos contentos.


En frente de la plaza, sabíamos que estaba el mausoleo de Mao Tse Tung. Nos habían advertido que se tardaba mucho tiempo en entrar, varias horas de espera, y evaluamos que no nos convenía, porque no teníamos tantos días para usar tantas horas de espera. También nos contaron que una vez adentro del mausoleo, no se pueden sacar fotos, y tampoco se puede disminuir la marcha, hay que estar siempre caminando, y no parar, ni siquiera para observar el cuerpo de Mao.


Luego de la plaza de Tinananmen, nos fuimos para el mercado de la seda. Nos costó un tiempo llegar, y ya estábamos medios cansados de recorrer la ciudad prohibida, pero teníamos ganas de experimentar el regateo del que tanto nos habían hablado.


Llegamos, y como es habitual, la estación de subte te conecta con el mercado. En ese piso, ya teníamos ganas de comprar: era el piso de la ropa deportiva. Había remeras, pantalones, camperas, shorts de todas las marcas que se pudieran imaginar, desde Nike, hasta Armani.


Enseguida aprendimos muchas cosas del mundo de las compras en China, o por lo menos en el mercado de la seda: nunca se puede mirar algo si no lo vas a comprar. Mucho menos tocarlo. Si eso sucede, enseguida saltan vendedores de todos lados con la calculadora en la mano, para vendértelo. Si te alejas, te agarran del brazo, y te piden que le tires un precio, te preguntan por qué no lo queres comprar. La explicación simple que utilizamos en Uruguay de “estoy mirando”, no les sirve ni un poquito. Inclusive cuando vas caminando por los pasillos y mirando, los vendedores te ofrecen su mercadería todo el tiempo: “hello, hello, shirts?” “hello, dress, short, Nike, Gap?”. Nosotros solo decíamos “No, thanks”, todo el tiempo.


El regateo es muy cómico, pero termina siendo tedioso: preguntas el precio de algo, y ellos agarran la calculadora, y te ponen un precio disparatado, por ejemplo, una campera Nike a $800 yuanes. Vos le decís que nooooo, que es carísimo y lo queres “cheaper”. Te lo bajan una vez, luego es tu turno. Se lo tiras por el piso, a $100 o menos. El vendedor te dice que no, y ahí puede reírse, o calentarse. Te tira el precio de él, más bajo, hasta que luego de varias repeticiones de esto mismo, se termina en un acuerdo, que en gral es más beneficioso para el comprador, en términos absolutos, pero que seguramente también es beneficioso para el vendedor. A veces cuando quieren cerrar el precio, te dicen “finito, finito”, como que te van a tirar el último ofertón. Pero en realidad el último en decidir, siempre es el cliente, que acepta el precio, o hace que se va ofendido y el vendedor la mayoría de las veces, termina aceptando con un “ok ok” y tiran el precio ofrecido por el coprador. De ésta manera Fabian se compró un pantalón Nike a $140 yuanes ($450 uruguayos), y una campera Nike a $150. No sabemos si fue negocio o no, pero para nuestros precios vale la pena.


Conseguimos un par de Crocs a $210 uruguayos, y varios regalitos como abanicos, palitos chinos, papiros. Las chucherías las compramos todas en una misma tienda para aprovechar que ya habíamos iniciado el regateo, y como insume mucho tiempo, ya estábamos cansados. Ahí al final compraron Gaston y Fabi, y también Díaz, Nati, e Ili. Como habíamos comprado mucho, le pedimos a la vendedora que nos hiciera un regalito, y nos dio 2 patitos de cerámica.
Salimos exhaustos del mercado, y nos fuimos a comer y luego al hostel, a descansar para el otro día.


En el hostel, había unos argentinos, que nos recomendaron ir al llamado “Jardín de Verano”, que supuestamente era el lugar de descanso del Emperador.
Fuimos, y enseguida nos encantó: todo un parque con todo tipo de árboles y plantas, lleno de caminos que llevaban a montañas de piedras y escalones, que fuimos subiendo, hasta ver un paisaje excelente de vegetación, y hacia el otro lado, un lago con barquitos, y un puente gigante. Sacamos fotos a rolete, y luego de la subida, bajamos para ver si nos podíamos subir a uno de esos barquitos. Cuando bajamos nos dimos cuenta que toda la recorrida llevaba más tiempo del que pensábamos, paramos a comer algo, y cuando finalmente llegamos a los barquitos, no nos pudimos subir, porque ya no vendían más entradas luego de las 16.30 hs. Nos sacamos más fotos con el lago de fondo, y nos fuimos.


Pasamos por una plaza de comidas y centro comercial a comprar helados en Dairy Queen, para seguir camino rumbo a la Villa Olímpica. Como era domingo a la tarde/nochecita, pensamos que el subte iba a estar más vacío. Error. En pleno domingo a la noche, el subte estaba igual que cualquier día de la semana: lleno. Dejamos pasar algunos subtes, para ver si teníamos más lugar, y no fue exitoso. Nos subimos a uno lleno, para bajarnos en la estación de la Villa Olímpica. Cuando nos íbamos acercando, cada vez las estaciones y los trenes eran más modernos; se notaba que la infraestructura había sido mejorada para la época de los juegos olímpicos de Beijing 2008.


Cuando estábamos llegando, en el pasillo de la estación del subte, vimos a 2 personajes archiconocidos: Mikey y Minnie, para sacarse fotos con ellos. Hicimos el intento, pero cuando vimos que a los anteriores chinos les quisieron cobrar, desistimos al instante.
Llegamos a la Villa, y estaba todo iluminado, precioso. Caminamos como bestias, hasta que llegamos al imponente Nido de pájaros, el estadio de fútbol de las olimpíadas. Estaba todo iluminado con luces rojas, y ahí nos detuvimos para sacarnos varias fotos. Algunos chinos nos pidieron para sacarse fotos con nosotros, y nosotros accedimos obviamente, no sin antes poner en el escenario fotográfico a la gloriosa bandera celeste.


Luego caminamos hasta el cubo de agua, la impresionante estructura que alberga todas las piscinas de competición de los juegos olímpicos. En un momento la vimos cambiar de color, de celeste a violeta, etc, pero luego quedó fijo el color celeste. Por afuera simula ser un cubo de una infinidad de gotitas de agua. De lejos se ve como si fueran paredes lisas, pero de cerca se ve que son circulares, como gotas propiamente dichas, una al lado de la otra. Cuando llegamos, al lado había una gran superficie de suelo, de donde salían muchos chorros de agua, moviéndose sincronizadamente, y lo aprovechamos para sacar muchas fotos. Luego se cortó el agua, y nos acercamos más al cubo, para sacar fotos más de cerca. Cuando no pudimos más del cansancio, nos fuimos rumbo al hostel.


Estabamos exhaustos, y muertos de hambre, por lo que en el hostel mismo pedimos sándwiches para compartir, y pasta: el plato preferido de todos por lo abundante y rico era los “pennes con mushroom sauce”. El plato salía 30 yuanes, unos $90 uruguayos, para cada uno, pero rendía porque te quedabas lleno.


Los días anteriores habíamos organizado los paseos según el clima, que realmente no era el mejor, y no nos quedaba más margen para seguir posponiendo la muralla china: el último día, el día del tren a Xian, teníamos que hacerlo. Contratamos un tour en el mismo hostel, que por $260 yuanes nos llevaban, nos traían, y teníamos incluído el desayuno en el hostel, y el almuerzo en la montaña. Valía la pena, porque no teníamos tiempo que perder, en llegar a la montaña. La decisión fue correcta, porque en el bus que nos llevaron, demoramos más de 1 hora y media en llegar, y lo mismo a la vuelta. Luego nos enteraríamos que a unos amigos le habría costado llegar a la muralla por sus propios medios, engañados por las chantadas de los buses, que no los dejaban viajar, con tal de hacer negocio con los trayectos en taxi.


Allá estábamos, a los pies de la Gran Muralla China, con un día nublado que no podía más, pero con terrible ansiedad de subir. Era EL DIA de China. El guía nos explicó por dónde debíamos subir a la montaña, y así lo hicimos; compramos un ticket de $80 yuanes, que incluía la subida en aerosilla a la estación 6 de la Montaña, y al final nos tomábamos para bajar, unos carritos que van por una especie de tobogán, muy divertidos.


Las estaciones, son como pequeñas casitas que están cada tanto en la muralla, y están numeradas hasta la 23, que es la más alta. Sin embargo la 21 es la última hasta la que se puede subir. Sabíamos que teníamos aproximadamente 3 horas para estar en la montaña, porque eran como las 11 am, y a las 14 debíamos estar debajo de nuevo, para llegar al almuerzo. Era un desafío para nosotros, que veníamos cansados de todo el trajín de China, y ese mismo día teníamos que hacer el viaje en tren, con todo el cargamento de valijas.


Pero querer es poder, y poco a poco fuimos subiendo aquella montaña, con subidas y bajadas en su interior, con escalones, o sin escalones, y con mucha mucha humedad. Mirar el camino empinado no era muy alentador, a la vista parecía casi imposible. Naty abandonó la travesía en la número 20, y el resto finalmente llegamos a la 21! Había bastante gente arriba, descansando, y vimos una bandera de China flameando, ideal para sacarse fotos. Así lo hicimos, hasta que nos dimos cuenta que la bandera era de una de las tantas vendedoras que hay en todo el recorrido de la muralla, ofreciendo alimentos, bebidas, inclusive en la cima ofrecían libros gordos con imágenes e historia de la muralla. 
Como no compramos nada, a los 10 minutos la vendedora se enojó y descolgó la bandera. No nos importó; ya habíamos sacado las fotos, y debíamos volver, porque nos esperaba el almuerzo.


A la vuelta, era más fácil porque íbamos en bajada; en algunas nos dejábamos caer corriendo con el solo impulso de la pérdida de altura de la montaña.


Finalmente llegamos a la estación 14, donde estaba la bajada en el tobogán con los pequeños carritos. Fue muy divertida la bajada, porque el tobogán iba zigzagueando la montaña, y se podía ir más rápido o más lento, según estuvieras en una curva o no. Aprovechamos la ocasión para filmar, pero no sabemos por qué, el video quedó cortado. Una lástima, porque fue realmente muy divertido.


La verdad es que teníamos poca confianza en el almuerzo, porque de seguro fuera comida China, pero no como la del Cantón Chino de Montevideo, sino la olorosa, la real comida China, cuyo aspecto y olor nos repugnaba siempre que la veíamos en cada restaurante o cada Hutong. Y nos equivocamos, gracias a Dios.


Llegamos, y la mesa era redonda, con mantel blanco, y en el medio tenía una gran bandeja de vidrio giratoria, en donde iban girando muchos pequeños platos de distintas comidas. Tenían buen aspecto; pollo, verduras, arroz. Algunas verduras se distinguían fácilmente, como el repollo, el tomate cortadito en cubos, las cebollitas. Otras especies no tanto, como algunas verduras verde oscuro, mescla de alcauciles con lechuga, pero de color oscuro.


Empezamos a probar, discriminando lo picante de lo no picante, pero por suerte nos alegramos de saber que la mayoría no era picante, y lo que sí era, no lo era al extremo de no poder comer (como ya nos había pasado antes con una simple hamburguesa de Mc Donalds). Fue una felicidad el almuerzo! Estábamos muertos de hambre y al poco rato fusilamos todos los platitos de comida. Así, satisfechos, subimos al bondi que nos llevaría de vuelta.


Llegamos muertos al hostel, como a las 5 menos cuarto de la tarde. El check out había sido al mediodía, pero estábamos ansiosos por llegar y bañarnos antes de salir. Le avisamos al recepcionista de la situación del check out tarde, y nos bañamos y emprendimos la retirada sin ningún cargo extra, para alegría de todos.
Averiguamos donde quedaba la estación de tren, pensando que sería igual que la estación de la venida: conectada con la estación del subte. Pero no era así, luego de tomarnos 3 subtes, teníamos que salir de la estación, y tomarnos un bondi porque los trenes estaban a 3km.
La recorrida hasta llegar al tren fue una odisea, pero logramos llegar a tiempo.


La impresión de la estación de tren fue mala desde el primer momento: una mugre y todo medio viejo. Esto era un adelanto de lo que sería el tren. Sabíamos que no iba a ser igual que el que nos tomamos de Shangai a Beijing, porque el anterior era soft sleeper, y éste era hard sleeper, pero no pensamos que fuera tan feo.
Entramos y sentimos el olor nauseabundo del baño. Si ya estaba sucio antes de salir, cómo sería después…


Los camarotes eran de 6 camas, 3 de un lado y 3 del otro, y nos tocó en el de más arriba. No había casi lugar para las valijas, y trancamos todo el paso de la gente mientras adivinábamos cómo meterlas. Una china nos indicó que había lugar arriba, en un hueco en el techo del camarote, y empezamos a subirlas. Luego de esta entrada en calor, comimos algo, y a los 5 minutos el tren apagó las luces, y no se podía hacer otra cosa que dormir.


El aire no lo controlábamos nosotros, como en el soft sleeper, y nos ventiló la cara durante toda la noche, nos daba directo porque venía de arriba, pero era demasiado frío. Nos tapamos hasta la cara, y nos dormimos.


Al otro día, a las 8 am, estaríamos en Xian, y estábamos contentos porque los del hostel nos iban a buscar a la estación de trenes.

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